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Ene 26, 2011
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Relación maestro-discípulo

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La Relación entre Maestro y Discípulo

En Occidente se valora mucho el conocimiento; pero con este término generalmente se alude a la erudición: un cúmulo de información que ignora el conocimiento que proviene de la experiencia directa. En realidad se pasa por alto la importancia de la transmisión del conocimiento, que une a maestro y discípulo en un proceso dinámico. A veces la actitud hacia el aprendizaje es muy mecánica: pagamos una cierta cuota y esperamos recibir un par de perspectivas inteligentes o algunas técnicas útiles.

Fuente : http://alcione.cl/wp2/?p=91

La relación tradicional entre maestro y discípulo, basada en aprender y compartir, en dedicación y gratitud, tiene pocos seguidores aquí. Los discípulos recogen información procedente de maestros que han pasado con buen éxito por el mismo proceso de recolección, y la única responsabilidad implica un intercambio de información. Rara vez se involucra alguna de las partes de forma personal, y es frecuente que tanto los discípulos como los maestros se olviden mutuamente en cuanto termina el curso.

No obstante, esta relación sin duda existió en algunas tradiciones esotéricas europeas hasta hace unos siglos. Pero una vez que se rompe el lazo entre maestro y discípulo, es difícil repararlo; por lo tanto, el conocimiento experimental es difícil de obtener. Aunque el estado natural de la mente es uno de atención consciente, sólo en ocasiones ejercitamos espontáneamente este tipo de atención. Sin un guía adecuado es difícil crear la base necesaria para prolongar, dirigir e integrar semejante experiencia.

Durante los últimos años han llegado a Occidente una gran cantidad de maestros provenientes de diversas tradiciones, y han logrado enraizar diversas enseñanzas. Asimismo, ha existido receptividad y una buena acogida a diferentes maneras de pensar. Gran parte del conocimiento ofrecido por maestros de Oriente ha creado una cierta fascinación. Sin embargo hay una tendencia a tratar de pasar por alto las vías tradicionales y obtener este conocimiento empleando sistemas occidentales en lugar de los métodos tradicionales, que frecuentemente se consideran irracionales o ineficaces. Es posible que estemos tan acostumbrados a nuestro enfoque que, aún cuando no nos satisfaga, nos resulte más incómodo entrar en contacto con la calidez de la tradicional relación entre maestro y discípulo, que exige un estrecho lazo de confianza mutua.

En el Tíbet hay cierto tipo de venado que produce un almizcle muy valioso para elaborar perfumes y medicinas. Los cazadores hacen un gran esfuerzo para obtener esta sustancia, sin importarles la vida del venado. De igual manera, a veces los discípulos parecen valorar al maestro tan sólo por lo que puede darles. Esta actitud desestima el proceso de aprendizaje, ya que tanto para el discípulo como para el maestro es imprescindible la creación de una sana relación de respeto y aprecio mutuos. Esta relación es especialmente importante para el discípulo, porque la única manera de alcanzar un conocimiento genuino es por medio de la experiencia directa y este proceso de aprendizaje requiere de la guía de un maestro.

A menudo tratamos de coleccionar enseñanzas como si fueran estampas; nos parece que recogiendo un poco de información de aquí y de allá algo de hinduismo, sufismo, zen – estamos adquiriendo conocimiento. Sin embargo, el limitarnos a una colección fortuita de definiciones, conceptos y técnicas puede ser más perjudicial que provechoso: los fragmentos fuera de contexto a menudo pierden su significado y ofrecen una idea tergiversada de las enseñanzas en juego.

Los maestros tienen diferentes estilos y personalidades; es posible que no estén de acuerdo entre ellos mismos, pero eso no ha de ser un problema, y puede que incluso sea valioso. Si no hubiese necesidad de esta diversidad sólo habría existido una enseñanza y un único tipo de práctica. El discípulo no debiera dejarse afectar por estas divergencias ni hacer una costumbre del escoger con gran cuidado entre los diversos maestros posibles o incluso entre las acciones aparentemente contradictorias del maestro que él elija. El principal interés de un discípulo es cultivar una relación positiva con el maestro y mantenerla hasta descifrar el conocimiento total.

Es importante, antes que nada, pensar muy bien en lo que hace a un buen maestro; después estar seguros de que confiamos en el maestro que elegimos: alguien a quien podamos obedecer aunque el camino se complique. Seguir las instrucciones de un maestro no significa aceptar ciegamente todo lo que nos diga pero después de tomarnos el tiempo necesario para escoger un maestro debemos mantenernos receptivos a sus consejos. Las imágenes exteriores a menudo son poderosas queremos buenas vibraciones y que nuestros sentidos sean estimulados -. También queremos que la senda sea muy agradable y fácil de recorrer. Sin embargo, un maestro, del mismo modo que un presidente, no debe ser elegido por su apariencia.

El conocimiento del maestro debe estar basado en su experiencia de las enseñanzas y en la compasión. También es importante que comprenda a sus discípulos, que realmente quiera enseñarles y que su motivación para enseñar sea genuina. En otras palabras, debe saber lo que hace.

Para poder dar equilibrio a sus discípulos, el maestro debe ser equilibrado. Pero muchas tradiciones tienden a hacer hincapié en un aspecto de la instrucción más que en los otros. Es posible que un maestro no ofrezca un sistema equilibrado de enseñanzas, puede ser que enfatice la práctica de la meditación sin la necesaria instrucción filosófica, o puede que no combine la erudición con suficiente experiencia práctica para crear equilibrio. Así pues, es importante tomar en cuenta si el maestro resalta el estudio y la práctica. Es difícil encontrar un buen maestro, e igualmente difícil aceptar las responsabilidades de ser un discípulo aplicado, las cuales no sólo implican ser muy trabajador sino también receptivo, y leal. Tales cualidades no son muy fomentadas en el sistema educativo occidental, por lo cual son difíciles de forjar para muchos.

Cuando por primera vez empezamos a seguir una senda espiritual, casi siempre hay un gran entusiasmo, pero a menudo no tenemos la estabilidad ni perseverancia necesarias para persistir cuando se desvanece la fascinación inicial. Somos atraídos a la fuente de luz de las enseñanzas, pero cuando el calor se vuelve molesto salimos corriendo. Cuando no se realizan nuestras grandes expectativas; cuando el maestro nos pide que hagamos algo que no nos gusta, entonces tal vez decidamos que ya hemos recibido suficientes enseñanzas, y nos escapemos a menudo para buscar un maestro nuevo y mejor-.

Cuando dejamos a un maestro por nuestras dificultades en nuestra relación con él, no sirve de mucho conseguir otro porque, a menudo, la dificultad que no podemos superar no es más que la manifestación de un obstáculo en nosotros mismos. Una vez que asumimos una relación seria con un maestro, romperla puede tener como resultado una gran decepción tanto para el discípulo como para el maestro. Incluso podemos amargarnos al pensar que el tiempo que pasamos con ese maestro fue tiempo perdido. De esta manera, una preciosa oportunidad para crecer puede convertirse en una situación muy negativa. Una vez que hemos elegido a un maestro es mejor comprometernos firmemente con esa relación para avanzar en nuestra senda. En cierto modo ni siquiera importa qué tal parece el maestro, pues lo que cuenta es la relación; ésta se prolonga hasta que hemos alcanzado la iluminación. Ese es su objetivo, y si hemos de lograrlo, debemos trabajar para protegerla. Cuando establecemos esta relación, cuando llegamos al cruce de caminos donde conocemos a un buen compañero de viaje, aparece nuestra senda.

Aunque por algún motivo el maestro no sea el indicado para nosotros y diste de ser perfecto, cuando recordemos que estas consideraciones no son tan importantes como parecen, que lo único que interesa es la posibilidad de crecer y aprender, podremos emplear esta oportunidad para estudiarnos diligentemente a nosotros mismos y distinguir nuestras propias debilidades. Es posible que descubramos que nosotros somos los que tenemos defectos, y que el maestro no ha hecho más que conducirnos. Cuando aceptamos esto y aprendemos a confiar en el consejo del maestro incluso cuando esté en conflicto con nuestros propios deseos o interpretaciones personales -empieza a brotar el fruto de la relación, y empezamos a realizar grandes progresos.

Un maestro consumado no sólo contempla las acciones presentes sino también sus consecuencias; su perspectiva es muy amplia. Si seguimos sus consejos, aún cuando en ese momento no los comprendamos, descubrimos su utilidad en aspectos que antes no podíamos concebir.

La relación entre maestro y discípulo puede constituir una experiencia muy estimulante al impulsar y enriquecer un proceso de crecimiento en más aspectos de los que creíamos posibles. También puede estimular una actitud abierta, haciendo posible que recibamos todo lo que el maestro tiene que brindar. Puede que se nos pidan tareas difíciles, pero a veces las pautas de carácter destructivas sólo pueden romperse con gran perseverancia por nuestra parte. El maestro está ahí para mostrarnos nuestro potencial y aptitudes. Cuando finalmente unamos los consejos del maestro a nuestra experiencia y nos demos cuenta del valor de sus enseñanzas, seremos capaces de vernos más claramente y, por lo tanto, de ocuparnos más eficazmente de nuestros problemas. Al mirar retrospectivamente nuestros cambios, podremos percibir la pericia del maestro para transformar los factores negativos en otros edificantes. Por eso debiéramos seguir confiando en el maestro y estar llenos de esperanza; el verdadero aprendizaje que a menudo se da de maneras inesperadas o decepcionantes – podrá entonces tener lugar.

En la relación entre discípulo y maestro pueden transmitirse enseñanzas exteriores, interiores y secretas todas cosidas entre sí con el hilo de la relación -. Sin ponernos en contacto con este linaje de enseñanzas de manera íntima, personal, es muy difícil experimentar lo que significan los logros espirituales. Pero una vez que lo hacemos, comprendemos la bondad del maestro, y nace una hermosa relación basada en la honestidad y la confianza. De nuestra receptividad brota entonces la compasión y empezamos a comprender la responsabilidad que tenemos para con nosotros mismos y los demás.

El maestro, las enseñanzas y nosotros mismos constituimos los cimientos para el desarrollo espiritual. Los tres debemos estar ligados íntimamente para que tenga lugar un genuino progreso; y si falta cualquiera de ellos, nuestro crecimiento se ve obstaculizado. Juntos, los tres son como buenos amigos que confían y cuentan unos con otros. Para que las enseñanzas sean transmitidas debemos permanecer receptivos, como una túnica blanca que es teñida del color de las enseñanzas. O, como una película dentro de una cámara, cuando nos exponemos a la luz de la enseñanza nos transformamos en la imagen del maestro.

Cuando la transferencia de maestro a discípulo es plena y abierta, experimentamos al maestro, las enseñanzas y nosotros mismos, como uno solo. Cuando experimentamos esta verdad, es como si antes hubiéramos vivido en un cuarto diminuto y oscuro, con sólo la luz de una linterna y luego, repentinamente, nos hicieran entrar en un vasto espacio, iluminado por el sol. La alegría y claridad de esta experiencia hacen que todas las dificultades de la relación entre maestro y discípulo valgan la pena. La importancia de esta relación no puede ser suficientemente recalcada. A menos que los vínculos con el conocimiento experimental sean transmitidos y mantenidos en esta generación, se perderán enormes reservas de sabiduría.

 

Confiar en el maestro interior

Discípulo: Cómo podemos ser receptivos para lo que es apropiado para nosotros como individuos? De dónde obtendremos el catalizador para acelerar el proceso?

Rimpoche: Por lo general necesitamos un maestro, pero éste no puede saber en un par de semanas lo que es apropiado para nosotros, pues esto último implica un proceso largo y complejo. Es posible que al principio nos dé diferentes ejercicios, porque el maestro debe conocer nuestra consciencia y cómo reaccionan nuestros sentidos. Después de practicar estos ejercicios durante un tiempo, describimos nuestra experiencia al maestro, de quien recibimos instrucciones privadas. Después volvemos a meditar, y nuevamente consultamos.

Para nuestro crecimiento interior hace falta un buen maestro, ya que algunas cosas son difíciles de aprender sin la guía de alguien experimentado. No obstante, hay maestros que saben mucho y pese a ello no comprenden a fondo la mente y las experiencias de cada uno. Puede que sepan algunas cosas acerca de una persona y sin embargo no perciban las sutiles diferencias entre cada consciencia individual. Las diferencias más sutiles sólo pueden ser vistas por alguien muy evolucionado.

El maestro puede utilizar un sistema de diagnóstico mental para determinar las necesidades específicas de cada discípulo. La manera de proceder para un discípulo y un maestro es atenerse a este sistema; sin embargo, este método de precisión ha sido utilizado muy poco en los años recientes. Ahora las clases son de cien o doscientos alumnos, pero un maestro no puede conocer fácilmente a sus discípulos sin un contacto y una relación recíproca más estrechos.

Discípulo: Cree usted que para alguien que sigue una senda espiritual siempre es necesario tener un maestro particular?

Rimpoche: Es muy difícil generalizar. Algunas personas necesitan la guía de un maestro, pero puede que otras no. Cuando ya no tenemos concepciones erróneas y podemos arreglárnoslas solos, es posible que no necesitemos un maestro, pero hasta ese momento debiéramos al menos contar con amigos espirituales que nos ayuden.

La senda espiritual tiene muchos obstáculos, tales como nuestro diálogo interior, nuestras sensaciones, preocupaciones, o incluso nuestros amigos y familiares. Por eso son importantes las buenas influencias. Una vez interesados en la senda espiritual, el tratar con quienes son de naturaleza similar puede ayudarnos a sentir apoyo, protección y contribuir a disminuir la confusión. Al principio pueden surgir muchos problemas, de modo que es difícil mantener enfocada la senda sin una ayuda de ese tipo. Hasta que sepamos cuidarnos es importante elegir un ambiente espiritual armonioso que nos respalde. Esto no significa necesariamente que debamos apartarnos del mundo, sino más bien que debiéramos protegernos un poco. Puede ser que al ir desarrollando fuerza seamos capaces de cuidar de otros así como de nosotros mismos. Sin embargo, trabajar prematuramente con otras personas puede debilitarnos, perjudicarnos y afectar a las personas que intentamos ayudar.

A menos que aprendamos a protegernos, fácilmente caeremos en la tentación de recurrir a nuestras pautas pasadas y de olvidar lo que hemos logrado con la práctica. Debemos darnos ánimos y ser fuertes.

Autodisciplina significa acción apropiada, es decir, hacer todo lo posible por nosotros mismos. Cuando nuestra mente no está equilibrada, nuestras acciones tampoco lo estarán, caeremos en extremos y crearemos frustración.

Una de las mejores maneras de disciplinar al ego es hacernos amigos de nosotros mismos. Cuando estamos alegres el ego se debilita y no genera frustración ni descontento. Tenemos problemas porque creemos tenerlos. Cuando no obedecemos a nuestra propia voz interior aparecen los conflictos.

Discípulo: Hay un momento en el que uno debiera dejar a su maestro y estar solo aún antes de que su práctica esté completamente desarrollada?

Rimpoche: Creo que ante todo es necesario que podamos arreglárnoslas en el mundo y no ser engañados. Después, tal vez podemos irnos. Una vez que conocemos los elementos esenciales y somos estables, con confianza en nosotros mismos, podemos gradualmente desarrollarnos y aprender de cualquier error que cometamos.

Discípulo: Cuál es la diferencia entre devoción y dependencia?

Rimpoche: Desde un punto de vista intelectual la devoción no se considera una virtud muy elevada, ya que la mayoría de la gente no comprende sus beneficios psicológicos. La devoción crea una correspondencia, así como un poder que, aunque emocional, puede usarse para desarrollar la atención consciente. Desde el punto de vista espiritual, la devoción es valiosa porque expresa las aspiraciones de nuestra mente; crea una apertura que se auto perpetúa.

Discípulo: Es a veces la emoción una fuerza motivadora? Si tenemos una llama y le soplamos un poco, ésta arde mejor. En este sentido la emoción parece constructiva.

Rimpoche: Así es. Por eso en los sistemas religiosos se considera tan importante la devoción. A pesar de que a veces se cree que ésta se basa en la fe ciega e indica una falta de inteligencia, la devoción y la oración son herramientas muy eficaces y poderosas para generar y entrar en contacto con niveles más sutiles de atención consciente. La inspiración y enseñanzas del linaje se dan a conocer interiormente al meditador por medio de la devoción.

Discípulo: Noto que me fastidia la idea de un maestro. Estuve buscando uno, y creo que estoy buscando alguien a quien venerar, que haga realidad todos mis deseos. Podría hablarnos más acerca de la función del maestro?

Rimpoche: Hace varios siglos el mundo tenía mucho respeto por la religión y la espiritualidad, pero esta actitud cambió cuando la gente comenzó a orientarse cada vez más hacia la ciencia. Todo tenía que ser demostrado intelectual y científicamente, y dado que el conocimiento o comprensión adquirida por medio de la intuición o la fe no es científicamente previsible, la fe y la devoción empezaron a tener una connotación de debilidad. Por eso en la actualidad, hasta el intento de sentir devoción nos causa muchos conflictos interiores. La total confianza en otra persona pone en peligro la independencia del ego, y cuando esto ocurre, la relación entre maestro y discípulo puede ser molesta. Vemos que al maestro se lo trata como si de alguna manera fuera superior al discípulo, lo cual atropella nuestros sentimientos de igualdad. No vemos el valor de esto. Pero si una persona es realmente capaz de ser maestro, es mucho lo que podemos lograr mediante la fe y devoción a él, y nuestra confianza no es inmerecida. Un buen maestro se encarga de la responsabilidad de guiar y estimular nuestro crecimiento y desarrollo interior.

La relación entre maestro y discípulo depende del compromiso y la confianza mutuos. Si estando con un maestro creemos estar siendo manipulados o puestos en ridículo; si creemos que el maestro está jugando con nosotros, es posible que nuestra devoción no sea muy sana, ya que nuestro crecimiento espiritual depende de la franqueza y la honestidad. Queremos consejo, pero no queremos que nos digan lo que debemos hacer, porque eso amenaza a nuestros egos. No nos gusta estar en una situación en la que otro parece saber más que nosotros. Queremos tener la sensación de que estamos aprendiendo solos, de modo que alguna información o consejo que nos da el maestro, sobre todo cuando contradice nuestros propios deseos, puede resentirnos con él e incluso podemos tener ganas de interrumpir la relación. Pero si por alguna renuencia a enfrentarnos honestamente con nosotros mismos efectivamente interrumpimos esa relación de confianza y compromiso, puede ser muy difícil progresar espiritualmente.

Hay algunos discípulos que tienen mucho respeto por la enseñanza aunque no tanto por el maestro. Pero es importante darse cuenta de que el maestro y la enseñanza son una misma cosa. Es posible que un discípulo quiera tratar de seguir a un maestro e incluso contraiga el compromiso de ver si la cosa funciona, pero esta actitud no basta como fundamento para iniciar una relación seria: puede ocasionar que tanto el maestro como el discípulo pierdan tiempo valioso. De modo que es importante que haya un compromiso serio con el maestro, basado en la confianza y el respeto mutuos.

A nivel externo, el maestro posee la inspiración de todo un linaje de maestros, y este conocimiento se transmite directamente al discípulo. Es como una placa de impresión: una vez que grabamos una marca en la placa esta imprimirá lo mismo cada vez. Esta transmisión tiene el poder de cargarnos de una especie de electricidad de modo que nos volvemos semejantes a la luz, y gracias a ella descubrimos que nosotros mismos somos el linaje. Mientras el maestro va transmitiendo la enseñanza al discípulo, éste se va convirtiendo en la imagen del maestro hasta llegar a ser maestro él mismo.

A un nivel más interior, maestro significa consciencia interna, nuestra propia naturaleza intrínseca. También se puede calificar de maestro a nuestro conocimiento, logros y experiencia diaria, aunque incluso esto requiere de la protección y estímulo del verdadero maestro. Si nuestro corazón se abre, la devoción y compasión se convierten en una profunda serenidad. En ese momento el maestro puede ser simplemente un símbolo de la energía positiva que se libera cuando desaparecen los obstáculos y se desarrolla una rica experiencia interior.

Debido a nuestro sentido de la verdad interior podemos anhelar un maestro que nos lleve a la realización de la verdad fundamental, pero puede ser difícil o imposible encontrar alguien que nunca se equivoca. Podemos terminar sumamente decepcionados.

Por lo tanto, ante todo debemos desprendernos de nuestras expectativas. Una vez que nos abrimos podemos darnos cuenta de las cualidades positivas del maestro, y estas cualidades se revelan dentro de ese espacio abierto que es nuestra consciencia. De modo que en realidad no importa que el instrumento externo de la transmisión sea imperfecto. Mediante el trabajo con ese instrumento podemos recibir una experiencia valiosa. Cuando hayamos desarrollado y ejercitado la atención consciente, todo parecerá apropiado en nuestra relación con el maestro.

Tal vez un maestro no es más que un catalizador: nos muestra el camino, nos guía e incluso nos apremia a expresar nuestra verdadera naturaleza. La relación con él se convierte en una situación gracias a la cual crecemos.

Esencialmente, un maestro es un buen amigo, alguien que puede guiarnos y ayudarnos a salir de situaciones preocupantes. En ese sentido, todas las personas y situaciones pueden ser nuestro maestro, amigo y guía, aunque a veces debamos recorrer terreno muy doloroso o desagradable.

Hay otro aspecto que puede estar en juego aquí. Tal como en su mayor parte el mundo es agua, en su mayor parte el ser humano es emocional, y esa condición emocional siente la necesidad de alimentarse de alegría o amor. Hay tanto deseo de estar en contacto y sentir cariño por otros. Necesitamos apoyo, pero a menudo no podemos contar con nuestros amigos ni con la sociedad ni siquiera con nuestros propios padres. No tenemos a nadie lo suficientemente cerca como para sentirnos satisfechos. Ansiamos la satisfacción de nuestros deseos, y esa misma ansia emocional afecta todo lo que hacemos. De modo que se intensifican la frustración y la amargura. Cuando desistimos de procurar alcanzar la satisfacción fuera de nosotros, muy gradualmente, nuestros deseos empiezan a calmarse.

Cuando somos muy sensibles, los amores pasajeros no nos satisfacen; debemos encontrar a alguien en quien confiar, a quien podamos amar sin temor al rechazo. Es entonces que actuamos según nuestros propios conocimientos, con un corazón abierto y con energía. En este sentido el maestro es un espejo de nuestro yo superior. El activa nuestra fuente de conocimiento interior y nos estimula a evolucionar. Cuando tenemos el corazón abierto, la experiencia viva y nueva surge en nuestro interior la reconoceremos, sin lugar a dudas-.

Discípulo: Como maestro cómo puede usted ayudarnos a desarrollar nuestra meditación después de que aprendamos a meditar correctamente?

Rimpoche: Ante todo el maestro señala ciertos pasos durante la práctica, y alienta al discípulo a seguirlo, para que gradualmente el discípulo llegue a tener la misma experiencia que el maestro. Esta es la manera tradicional. Puesto que el maestro conoce bien la zona, puede explicarle el mapa al discípulo y conducirlo. La responsabilidad del discípulo es seguir exactamente el mapa. Cuando no lo haga, la experiencia o realización no llegará. Algunas personas pueden entrar en contacto con el estado meditativo directamente. Están enteramente dispuestas a aceptar las instrucciones del maestro. Pero otras personas no son capaces de seguir instrucciones. Cuando cumplimos las instrucciones del maestro podemos verlas como una especie de transmisión, poseedora de cierto magnetismo que nos ayuda a comprender. Podemos entender que todas las ideas y teorías son tan sólo medios para facilitar la comprensión. Cuando ésta se vuelve luminosa y silenciosa, ya no hay necesidad de preguntar ni de contestar.

Hay ciertas horas o ciertos días en que con toda naturalidad nos encontramos en estados meditativos; entonces no parece haber problema alguno: el estado meditativo nos impregna. En ese momento podemos meditar con facilidad, la misma meditación cuida de nosotros y se convierte en nuestra maestra.

Finalmente, nuestro mejor maestro somos nosotros mismos. Cuando somos receptivos y cuidadosos, podemos ser nuestro mejor guía.

Tarthang Tulku
Instituto Nyingma

 

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Filosofía
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