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Sabiduría Oriental

Introducción al Budismo Zen

“Cuando llegues a la cumbre de una montaña, sigue subiendo”.
Expresión zen.
El budismo zen, heredero de tradiciones culturales hindúes y chinas, y estrechamente vinculado a la cultura japonesa, a partir del siglo XII, no puede considerarse ni una religión, ni una filosofía, ni tampoco una psicología o una ciencia. Es más bien una disciplina o una experiencia cuya finalidad última es proveer al hombre de una técnica que le permita alcanzar la iluminación (o satori, para el zen).

Intentando formularlo en términos occidentales, se podría decir que el objetivo fundamental del zen es salvar al hombre de la locura y la parálisis, a través de la apertura de ese “tercer ojo”, tan citado por textos búdicos, que es el que le permitirá “ver”. Ya que sólo el satori es el que permite traspasar la frontera y ver, quien lea sobre zen antes de alcanzarlo es como un ciego de nacimiento que intentara entender los colores a través de descripciones.

Fuente: www.alcione.cl

El satori, dice el zen, es lo que despierta a la verdadera vida, que se contrapone a lo que ilusoriamente se considera como la vida: “El hombre es perfecto y nada le falta, pero esta idea duerme en el centro de él. No se da cuenta de ello pues está preso en la maraña de sus representaciones mentales. Todo ocurre como si entre el hombre y la realidad, su actividad imaginativa hubiera tejido una pantalla”.

La realización perfecta no se da en otra vida, en otro mundo, sino “aquí y ahora”, una vez que se consigue el satori.

El zen propone disciplinar la mente hasta hacerla dueña de sí misma, por medio de la comprensión interna de su propia naturaleza. La disciplina del zen abre el ojo de la mente para mirar dentro de la razón misma de la existencia. Sólo así el hombre será capaz de captar la naturaleza real de su mente o alma.

Para esto, el zen exige que cada cosa sea experimentada directa y personalmente por cada uno en lo más profundo de sí. Siempre se refiere directamente a los hechos evitando cualquier conocimiento especulativo. No cree que las construcciones del intelecto puedan conseguir que el hombre solucione sus problemas más profundos. Es por eso que no atribuye ninguna importancia a los sutras sagrados o a exégesis realizadas por sabios o eruditos. Para el zen, la experiencia personal se opone a la autoridad y revelación objetiva.

El zen es particularmente evasivo en lo que respecta a sus aspectos exteriores. En primer lugar, no es un sistema fundado en la lógica y el análisis. Es el antípodo de la lógica, es decir, del sistema dualista de pensamiento. Es heredero en esto del Tao al considerar que, mientras el intelecto se esfuerce en aprisionar al mundo en su red de abstracciones y en etiquetar la vida en categorías rígidas, el sentido real del mismo permanecerá incomprensible. No enseña nada de análisis intelectual.

Por otro lado, tampoco impone una doctrina. Desde ese punto de vista podría decirse que el Zen es caótico: no existen libros sagrados, principios dogmáticos, fórmulas simbólicas que faciliten el acceso a su significado. No enseña nada. Sólo indica el camino hacia la mente. No tiene un Dios, no practica ceremonias rituales, no posee una morada futura para los muertos. Es totalmente libre de toda traba dogmática.

El termino “zen”, de origen japonés, es un término tremendamente complejo, que lleva en sí tanto el concepto “meditar” -que es el “método” que lleva al “conocer”- como ese “conocer” o “iluminación”, entendido como fin a alcanzar. El término también lleva implícita la existencia de un “sí mismo” (sujeto del meditar). Por lo tanto, “zen” implica que en el mismo método, en el ponerse en camino de, habita ya el conocer o iluminación (satori).

“El (hombre) es el que medita
él es la meditación
él es la cosa sobre la que se medita.
El que conoce y lo conocido, son uno.”

Sujeto y objeto quedan suprimidos y el conocer, libre al fin de la dualidad que lo encadenaba, puede manifestarse como puro “conocer”.

Simplemente, el zen se propone tomar las cosas tal cual son: considerar la nieve blanca, el cuervo negro. Suzuki, uno de los más notables difusores del budismo zen en occidente, dice en uno de sus textos que la meditación es algo que se agregó artificialmente como una forma de rechazar el intelectualismo que empapa nuestra cultura, pero no pertenece a la actividad natural de la mente. ¿En qué meditan los pájaros en el aire? ¿En qué meditan los peces en el agua?. Unos vuelan, los otros nadan. ¿No es suficiente?

Para el zen es fundamental tomar contacto con el funcionamiento interno de nuestro ser en la forma más directa posible. Considera que las reglas artificiales y esquemáticas del pensamiento no esclarecen la experiencia, y la enturbian. Nuestra adhesión irracional a la interpretación lógica de las cosas, nos impediría alcanzar una comprensión cabal de la verdad. Si queremos llegar a la esencia de la vida, tenemos que abandonar nuestros preciados silogismos y adquirir una nueva forma de observación que nos permita escapar de la tiranía de la lógica y de la parcialidad de la fraseología cotidiana.

Es por eso que se preocupa sólo de hechos, no le interesan las representaciones lógicas ni las verbales, consideradas defectuosas y parciales. Siente que el lenguaje y sus nombres encadenan al hombre a formas sin sentido.

El razonamiento ordinario y lógico ha sido incapaz de satisfacer en forma concluyente nuestras necesidades espirituales más profundas. La vida es un arte, dice, y como todo arte perfecto, debe olvidarse de sí misma, no debe existir ni rastro de esfuerzo o sensación penosa. La vida debería vivirse como el pájaro que vuela en el aire o el pez que nada en el agua.

Hoy la mente está tan condicionada a operar dentro del dualismo lógico que se niega a desembarazarse de su carga. Sin embargo, la consistencia lógica no es definitiva. El hombre debe buscar -y encuentra- una afirmación superior, más allá de la antítesis lógica de la afirmación y negación.

El método de la disciplina zen consiste generalmente en poner al discípulo frente a un dilema ante el cual deba aplicar todos sus esfuerzos para escapar, pero no por medio de la lógica, sino por medio de una mente de orden superior. El momento en que la elocuencia y el silencio se tornen idénticos, es decir, en que la negación y la afirmación se unifiquen en una forma superior de afirmación, recién ahí se conocerá el zen.

El zen nunca explica, sólo afirma. Ya que la vida es un hecho, ninguna explicación es necesaria o apropiada. Intentar entender el zen desde un punto de vista racional es imposible. El zen es una disciplina y una experiencia que no depende de ninguna explicación. Es eminentemente práctico. Apela directamente a la vida, sin referencias al alma, a Dios o a cualquier cosa que interfiera o perturbe el curso ordinario del vivir. Toma la vida tal como fluye.

Las características esenciales del zen son su naturalidad, su liberación de lo artificial, su expresividad de la vida misma, su originalidad: “Todos buscan la verdad demasiado lejos y la tienen a su lado. Lo mismo pasa con el zen. Buscamos sus secretos donde es improbable encontrarlos, en abstracciones verbales y sutilezas metafísicas, cuando la verdad del zen se encuentra en las cosas más concretas de nuestra vida diaria”.

“Un monje dijo al maestro: “Hace algún tiempo que vine aquí para que me instruyérais en el camino sagrado del Buda, pero todavía no me habéis dado el menor indicio de él. Os ruego que seáis más benévolo conmigo”, A lo que el maestro contestó: “¿Qué quieres decir, hijo mío? Cuando me saludas todas las mañanas, ¿acaso, no te devuelvo el saludo? Cuando me traes una taza de té,¿acaso no la acepto y la tomo encantado? Aparte de esto, ¿qué otras instrucciones quieres que te dé? “.

A un célebre maestro le preguntaron cierta vez “Hacéis algún esfuerzo para disciplinaros en la verdad?”

– Sí, por supuesto.
– ¿Y cómo os intruís?
– Cuando tengo hambre, como, cuando estoy cansado, duermo.
– Esto es lo que hacen todos, ¿puede decirse, acaso, que ellos se están
instruyendo de la misma manera que vos?
– No.
– ¿Por qué no?
– Porque cuando ellos comen, no comen, sino que piensan en otras cosas que los distraen, y cuando duermen, no duermen, sino que sueñan en mil y una cosas. Por eso no son iguales a mí.”

No debe entenderse con estos ejemplos, sin embargo, que el zen es un naturalismo desprovisto de disciplina. Los métodos que existen dentro del zen para lograr la iluminación -“razón de ser del zen”- son diversos y muy rigurosos. Sin embargo, lo que hacen es sólo indicar el camino, dejando a la propia experiencia el resto; es decir, lo que se pretende es que cada cual siga la indicación para penetrar directamente en el objeto mismo para verlo desde dentro.

Por lo dicho, en general, todas las exposiciones zen son sólo impresiones directas de la experiencia, sin interpretaciones intelectuales o metafísicas. El zen niega toda explicación, pues busca ser vivido. Considera que la visión interna de la realidad carece de contenido, pero, cuidado, esta ausencia de contenido no es abstracción.

La única forma de lograr esta visión interna es a través del satori, y por lo tanto, éste es el único objetivo del zen. El zen no tiene palabras, porque cuando se tiene el satori, se tiene todo.

Los medios que los adeptos al zen utilizan para alcanzar el satori presuponen una intensa búsqueda intelectual y la intensificación extrema del espíritu de investigación. Cuanto más fuerte es un espíritu de investigación, mayor es el satori resultante. Sin embargo, esta búsqueda debe entenderse en un sentido diferente de una búsqueda puramente intelectual, pues implica un ferviente deseo de sobrepasar las limitaciones propias del individuo.

Meditación Zen

En general, todas las culturas orientales utilizan la meditación como una forma de lograr sus fines. En el caso del zen, sin embargo, la meditación es más una concentración que un ejercicio intelectual. El objeto del dhyana (meditación) es conseguir que el individuo penetre directamente en algo que reside en el origen de todas las actividades mentales y físicas y que es la fuente de la energía y el conocimiento.

El método zen provoca, excita, intriga, anonada al intelecto y a las emociones, hasta que el discípulo llegue a comprender que la intelección consiste solamente en pensar acerca de, y que la emoción es solamente sentir respecto de algo. Sólo cuando se ha llegado a un callejón intelectual sin salida se tiende un puente entre el contacto conceptual de segunda mano con la realidad y la experiencia de primera mano.

Al final de la concentración se llega a un vacío en la mente. Todo razonamiento abstracto cesa, puesto que pensamiento y pensador no se oponen el uno al otro. Es sólo entonces que el mecanismo interior está maduro para la eclosión definitiva o satori. A partir de ese instante el estado de consciencia resultante no se puede describir en términos de lógica o psicología, sino únicamente desde el propio estado.

El proceso de maduración podría resumirse en tres fases: acumulación, saturación y explosión.

Mondos

El zen, además de la meditación (dhyana), común a todas las escuelas orientales, recurrió a métodos que eran eminentemente prácticos, pero que no seguían reglas preestablecidas. En un principio, estos métodos toman la forma de preguntas y respuestas (en japonés, “mondo”). Algunas de ellas se han convertido en clásicas, precisamente porque en ellas no hay nada sistemático: “Cuando un monje le pidió a Tchao Tchú que le instruyera en el zen, éste le dijo:

– ¿Has tomado tu desayuno?
– Sí, maestro, lo he tomado.
– Entonces, vete a lavar los platos.

Esta respuesta abrió súbitamente los ojos del monje a la verdad del Zen”

Otro: “Un día el maestro Fo Kuo y su discípulo Hsiun paseaban por la montaña; al pasar cerca de un estanque profundo, Fo Kuo empujó rudamente a su compañero al agua, preguntándole al instante:

– ¿Qué piensas de Fa Jung antes de su encuentro con el cuarto patriarca Tao Hsin?
– El estanque es profundo y los peces numerosos.
– ¿Y después del encuentro?
– La brisa existe en el árbol que se mueve.
– ¿Y cuándo se han encontrado y no se han encontrado?
– Las piernas extendidas son las piernas plegadas.

La prueba satisfizo plenamente al maestro”

En el fondo, si la verdad del zen es, como éste pretende, la verdad de la vida, vida significa vivir, moverse, actuar, ver y no solamente reflexionar. En el hecho de vivir la vida no hay ninguna lógica, puesto que ella no es más que una parte de la vida. No debemos tratar de explicarnos la vida, dice el zen, debemos vivirla sin buscar más sentido a la danza que el placer de bailar, pensando que todo fluye y que nosotros no somos permanentes.

Por otro lado, no debemos olvidar que cuando los maestros zen recurren a las palabras, el lenguaje sirve para expresar sentimientos, estados de ánimo, actitudes interiores, pero no ideas. Las respuestas se vuelven incomprensibles cuando se busca el sentido de las palabras, creyendo que éstas revisten ideas. Muchas veces en el zen el lenguaje renuncia a la comunicación de contenidos en favor de su función apelativa.

Con el tiempo los mondos se multiplicaron. Sin embargo, los discípulos empezaron a buscar en los mondos una interpretación o solución intelectual, dejando de ser experiencias o intuiciones de la conciencia zen para convertirse en temas de investigación lógica.

Tai Hui, un famoso maestro zen del siglo XII, describía así la situación: “Existen dos grandes errores entre los seguidores del zen. Unos buscan cosas maravillosas en las palabras y las fórmulas, lo que los lleva a meditar sobre ellas, provocándoles un excesivo intelectualismo, y otros se van al extremo opuesto, diciendo que las palabras son un obstáculo para la comprensión correcta y desechan todas las enseñanzas verbales. Pretenden concentrarse en la nada, en lograr un estado de vacío perfecto e insondable”.

Los Koans

Como una forma de luchar en contra del intelectualismo y del quietismo se desarrolló un método a partir de algunos diálogos -o mondos- elegidos, de antiguos patriarcas o maestros, que eran utilizados como soporte de la meditación y como indicadores de la comprensión zen. Estos soportes fueron llamados “koan”,

Un koan es una especie de problema que el maestro propone a sus discípulos para que, concentrándose en él, agoten toda la energía mental de que disponen: “Todas las cosas vuelven al Uno, pero, ¿adónde vuelve el Uno?”

El koan está construido de tal forma que corta la actividad discriminatoria del intelecto, que persiste en querer distinguir entre sujeto y objeto, y también pretende ridiculizar el razonamiento. Al suspender la facultad razonante, el koan deja en reposo la actividad más superficial de la mente para que sus partes centrales y profundas puedan exteriorizarse y manifestarse. Deja al intelecto que vea por sí mismo hasta donde puede llegar y le muestra una región a la que no puede acceder jamás con su funcionamiento normal. Hay lugares desconocidos en nuestras mentes, más allá del umbral de la construcción relativa de la consciencia. No es sub-consciente o supra-consciente. Sino “más allá”. No debemos olvidar que la mente es un todo indivisible que no puede separarse en fragmentos.

El koan lleva al discípulo a un estado de consciencia extremadamente activo, en el que debe apelar a sus energías al máximo, concentrándose en él como único objeto de su pensamiento. Esta concentración produce un estado de consciencia neutro, abierto al satori. Es un estado de espera, en el que el discípulo debe asumir una actitud inquisitiva y debe seguir en ella hasta llegar al borde de lo que podría llamarse un precipicio, donde no queda otra alternativa que saltar.

El koan es el punto de partida. Actúa como la levadura, desplegando ante la mente sus propios secretos. No es simplemente un acertijo o una observación ingeniosa, sino que tiene un objetivo bien definido: despertar en el discípulo la duda e impulsarlo hasta el último límite.

Intelectualmente, lo que sucede es que llega un momento en el que se trasciende los límites del dualismo lógico, pero, al mismo tiempo, se despierta un sentido interno que hace posible la visión del auténtico funcionamiento de las cosas. La intención es reproducir en el discípulo el estado de consciencia del que el koan es la expresión.

Comprender el koan es participar del estado mental del maestro: “entonces tendrá lugar una zambullida en lo desconocido con el grito de: ¡ Ah, es eso ! Cuando lanzéis ese grito os habréis descubierto a vosotros mismos. Veréis al mismo tiempo que todas las enseñanzas budistas, las escrituras taoístas y los clásicos confucionistas no son más que comentarios a vuestro repentino grito de ¡ Ah, es esto ! Y esto es el satori”.

Se estima en unos 1.700 el número de koans, Pero en realidad sólo unos 10, o menos de 5 e incluso solamente uno es suficiente para abrir la mente a la realidad del zen. Una revelación cabal, sin embargo, se logra únicamente a través del sacrificio de la mente, sustentado por una fe y una voluntad firmes en la finalidad del zen.

Un koan muy conocido es el de Sian Ien que plantea lo siguiente: “Un hombre está colgado ante el abismo sujetándose con los dientes a la rama de un árbol. Tiene los pies en el vacío y sus manos no pueden agarrarse a ningún sitio. Supongamos que otro hombre le hace esta pregunta: “¿Qué significa la venida de Bodhidharma?” Si este hombre abre la boca para responder, caerá al abismo y perderá la vida. Pero si no responde, no presta ninguna atención al que le pregunta. En ese momento crítico, ¿qué debe hacer? “

Cuando se ha comprendido la importancia del koan, dice Suzuki, se ha comprendido la mitad del zen.

El universo mismo, para el zen, es un gran koan, palpitante y amenazador. Cuando se comprende, todos los demás koan se resuelven por sí mismos. Es un koan que se manifiesta en cada uno, por lo tanto, basta comprender cualquiera hasta el final y el gran koan universal queda inmediatamente solucionado.

Satori

Cuando los mecanismos mentales llegan al estado de máxima tensión, gracias a la meditación, y con la ayuda de los koan, basta una observación o un suceso accidental (el vuelo de un pájaro, el tañido de una campana o el golpe propinado por el maestro) para desencadenar la explosión final. Este estallido súbito procede de una región interior y es lo que se conoce como satori.

“Nuestra consciencia normal -llamada por nosotros racional- no es más que un tipo particular de consciencia, Alrededor de ella, separada por la más fina de las membranas, existen otras posibles formas de consciencia totalmente diferentes. Podemos vivir hasta el último día de nuestras vidas sin sospechar de su existencia pero, en presencia de un estímulo conveniente, surgen en toda su perfección.” (D. T. Suzuki).

A diferencia de la comprensión analítica, el satori es una mirada intuitiva que penetra directamente en la naturaleza de las cosas. Abre en un instante, de forma abrupta, un campo de visión enteramente nuevo. Permite adquirir un nuevo punto de vista que penetra en la esencia de las cosas. A partir de ahí, la existencia se contempla desde una perspectiva ajena a la confusión de una mente perdida en el dualismo.

Nadie puede penetrar en la verdad del zen sin lograr el satori. El satori es aquel destello repentino en la consciencia de una nueva verdad, hasta entonces inimaginada. Es una especie de catástrofe mental súbita, que ocurre después de acumular contenidos intelectuales y demostrativos. Cuando esta acumulación llega al límite de la estabilidad y el edificio se derrumba, un nuevo cielo se abre a plena vista.

El satori sobreviene de improviso, cuando el hombre ha agotado todo su ser. Desde un punto de vista religioso, es un nuevo nacimiento y desde el intelectual, la adquisición de un nuevo punto de vista. El mundo aparece vestido con un ropaje nuevo que parece recubrir la deformidad del dualismo.

El conocimiento obtenido por el satori es definitivo. El satori es todo el zen. Cuando no existe, no hay zen. Pero buscar el satori es perderlo; intentar trascender las limitaciones es permanecer en ellas, intentar liberarse de ellas es quedar atrapado. Es lo mismo que tener miedo de tener miedo.

“Todos los hombres piensan que deberían abandonar lo que les parece ilusorio y encontrar lo que es verdadero. Pero en cuanto sobreviene el satori las distinciones entre lo ilusorio y lo verdadero desaparecen”. (D. T. Suzuki).

El zen comienza y termina con el satori.

 

Rebeca Bordeu

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