Tan ricos, tan pobres
En ningún momento de la historia humana, los países llamados desarrollados hemos contado con tantos medios técnicos como ahora. En los últimos cien años nuestras capacidades tecnológicas y nuestro poder de transformar nuestras condiciones de vida han crecido más que en los últimos diez mil años. Sin embargo, hemos amanecido en un siglo carente de ideales nobles y de proyectos auténticamente humanos. Con los conocimientos y los medios que actualmente contamos como especie podríamos erradicar en seis meses la pobreza y la miseria de todo el planeta. Pero no lo hacemos. ¿Por qué? Porque aunque seamos gigantes en tecnología, seguimos siendo unos enanos en desarrollo ético y espiritual. Usamos la tecnología para divertirnos, para fabricar coches cada vez más sofisticados (juguetes de adultos-niños), para representar nuestra prepotente farsa de inmortalidad. Jugamos a ser dioses. Concebimos la actividad económica como un juego de monopoly.
Creemos disfrutar del bienestar material que nos proporciona nuestro poder tecnológico, pero en el fondo nos corroe nuestra miseria y nuestro vacío moral. Como Vicente, nos dejamos ir hacia donde va la gente. Y la gente va allí adonde le dice la televisión y los medios de dirección de masas, en cuyos consejos de administración se sientan los oligarcas cuyas conciencias anestesiadas perciben el mundo desde la vigésima planta acristalada del imperio.
Sin embargo, lo que nos define como seres humanos es nuestra conciencia moral. Si no hay conciencia moral no hay humanidad, sólo barbarie, oscuridad, dolor y sufrimiento. Si quisiéramos, si despertáramos la conciencia necesaria, podríamos acabar con la pobreza en seis meses. En este mundo hay suficiente espacio y alimentos para todos y no hay mayor felicidad que ver el propio rostro reflejado en el rostro feliz de otro ser humano.
¿De qué nos sirven nuestros cachibaches, nuestras lavadoras, tostadoras, aspiradoras, ascensores, calefactores y maquinillas de afeitar? ¿Para qué nos sirve nuestro bienestar si no podemos compartirlo con los demás?
Como decía el ya difunto ministro de Cultura francés André Malraux, “el siglo XXI será espiritual o no será”. O recuperamos nuestros más nobles ideales, nuestra conciencia moral más profunda, o pereceremos abotargados en el mullido sofá de nuestro bienestar.
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Relaciones humanas