Camino en el supermercado, y una persona con su teléfono celular apoyado en una oreja, con sus ojos perdidos entre los productos sin mirar a ninguno en particular, y con el carrito en el medio del pasillo, me impide que pueda pasar. La miro, para hacerle saber que estoy allí, y no nota mi mirada, le hablo, pero no me escucha. Decido entonces dar la vuelta, e ir por otro lado.
¿Les ha sucedido? A mí, con frecuencia. Entiendo que es una oportunidad para revisar mi tolerancia, mi apuro y mi ansiedad. Pero también, para reflexionar el porqué nos cuesta mantener estas sencillas formas de respeto, y de convivencia.
Sucede que cuando no estamos bien con nosotros mismos, no nos queda energía para invertir en lo que nos rodea. Podemos mirar sin ver, escuchar pero sin prestar atención, y hablar pero sin ser muy conscientes de lo que decimos.
La solución no implica una estrategia inalcanzable para quienes vivimos entre horas que se sienten cada vez más cortas, y listas de responsabilidades que se alargan. Para volver a nosotros y crear bienestar, podemos al menos, detenernos unos minutos varias veces al día días, respirar profundo, observar cómo nos sentimos, y comprometernos a no seguir alimentando aquellos pensamientos que tienden a convertirse en preocupaciones, y de preocupaciones, a instalarse como miedos.
Porque mientras más livianos vayamos por la vida, tendremos los ojos y el corazón más abiertos.